Para mi todo comenzó como un juego. Mi madre y yo siempre hemos tenido mucha complicidad porque me tuvo joven, concretamente a los 18 años. Mi padre desapareció hace años y eso hizo que nos uniéramos mucho y tuviéramos una gran complicidad.
Entre nosotros no había secretos y ambos disfrutamos del sexo por separado, pero tenemos algo en común: nos excita muchísimo la webcam porno. Precisamente eso fue lo que hizo que poco a poco mis sentimientos hacia ella fueran cambiando.
Al principio yo quería evitar a toda costa espiarla cuando sabía que estaba en su habitación teniendo cibersexo con hombres, pero la curiosidad y sobre todo el morbo de saber que mi madre se estaba tocando en la habitación de al lado, hicieron que me olvidara de que realmente esa mujer era mi madre.
No ayudaba mucho que dejase la puerta entreabierta y echando la vista atrás estoy convencido de que lo hacía queriendo. Recuerdo perfectamente la primera vez que me acerqué sigilosamente a su cuarto y la vi sentada de espaldas en su silla masturbándose y apretándose las tetas con fuerza mientras al otro lado de la pantalla de su ordenador había un chico de mi edad haciéndose una paja disfrutando del espectáculo. Después de unos minutos de excitación máxima me fui al baño y me hice la que para mi fue la mejor paja de toda mi vida.
A raíz de ese día en mi cabeza siempre rondaban las mismas preguntas: ¿por qué no podía ser yo quien estuviera frente a mi madre disfrutando de ella?, y, ¿ella también sentiría tanta excitación pensando en mi?… La verdad es que fue un martirio que duró meses y en el fondo quería creer que esos pensamientos eran tan solo producto de mi mente enfermiza. Me equivocaba.
Siempre iba con mucho sigilo y espiarla se convirtió en algo diario, de hecho dejé de conectarme a las webcams xxx porque las tenía en mi propia casa y además totalmente gratis. Descubrí muchas cosas de mi madre, pero lo que más me comía por dentro es que era insaciable porque al menos se masturbaba 3 o 4 veces el al día, ¡más que yo!. Tenía claro que si mi madre no era ninfómana poco le faltaría, aunque para sentirme mejor simplemente pensaba que era muy sexual.
Con el tiempo me fui relajando sin pensar en que, el más mínimo descuido, haría que mi madre me pillara con la polla en la mano masturbándome «a su salud». Para mi ver cómo se masturbaba era como el que juega una partida a la consola pero mil veces mejor.
Como todos los días la escuché gemir, me acerqué a su habitación y asomé la cabeza, pero tenía el móvil en el bolsillo y no sé cómo se cayó al suelo. Casi me da un infarto cuando rápidamente mi madre se giró y me vio con la polla fuera, ¡me quería morir!. Me fui corriendo a mi cuarto y puse el seguro de la puerta porque necesitaba tiempo para buscar una buena excusa, aunque difícilmente podría explicar qué hacía ahí con mi pene en mano y con ojos de loco…
No pasó ni un minuto cuando mi madre golpeó la puerta pidiéndome que le abriera. Pensé que estaría muy enfadada y le dije que me dejara en paz porque no me encontraba bien, pero insistió tanto que no tuve más remedio que hacerlo. Cerré los ojos, abrí la puerta y simplemente esperé a que me echara la mayor bronca de toda mi vida. Tras unos segundos en los que no sucedía nada ni tampoco mi madre articulaba palabra abrí los ojos. Me estaba mirando fijamente con una gran sonrisa en la cara y simplemente me dijo: ¿te apetece que juguemos juntos?…